lunes, 25 de abril de 2011

Sobre el genocidio armenio - Atilio Boron

Genocidio Armenio
En la madrugada de un día como hoy, el 24 de abril de 1915, los Jóvenes Turcos del Imperio Otomano –lo que hoy es Turquía- lanzaban una razzia en Estambul que tuvo como resultado el secuestro y asesinato de unos  600 intelectuales y líderes dando así el primer genocidio del siglo veinte. Luego de perpetrada la masacre los militares otomanos procedieron a expulsar a los armenios de sus hogares –no sólo en Estambul sino en todo el territorio del imperio- y les obligaron a marchar cientos de kilómetros por el desierto (de lo que hoy es Siria) sin alimentos ni agua, donde mujeres, niños y ancianos eran permanentemente acosados por la soldadesca imperial hasta provocar su muerte por inanición o a causa de los permanentes fusilamientos a que se veían sometidos.
Esta masacre, aún impune, se desenvolvió en el marco de la Primera Guerra Mundial y, como tantas otras, ante la vista y paciencia de las potencias occidentales cuya complicidad con esta clase de crímenes  es proverbial. La derrota de Alemania, potencia “protectora” del Imperio Otomano, y el triunfo de la Revolución Rusa, que acogió en su seno a la nación armenia en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, puso fin a la campaña de exterminio del pueblo armenio, que seguramente habría proseguido de haber sido otro el resultado de la contienda y del curso de la revolución en Rusia.
Aunque el número exacto de víctimas de esta “limpieza étnica” jamás podrá ser exactamente precisado, las estimaciones de los estudiosos del tema coinciden en señalar que por lo menos un millón y medio de armenios perdieron la vida en esta operación. Contrariamente a lo que señalan prejuicios muy establecidos, los así llamados “Jóvenes Turcos” no eran fundamentalistas musulmanes sino un grupo de profesionales, universitarios y jóvenes militares secularizados, modernizantes y progresistas nucleados en torno a un partido nacionalista y reformista, el Comité de Unión y Progreso.
 Según algunos historiadores la pasividad de los gobiernos de Estados Unidos, Reino Unido, Francia y Alemania y el rápido olvido en que cayó el genocidio en la opinión pública europea y norteamericana persuadió a Hitler que su macabro plan de exterminar a los judíos en Europa contaría con los mismos beneficios. Los hechos le dieron la razón: todos sabían del holocausto perpetrado por los nazis pero a ningún gobierno “democrático” parecía importarle. Y en cuanto a la memoria tanto en Alemania como fuera de ella los horrores del genocidio fueron rápidamente olvidados.
 Un ejemplo basta para probarlo: apenas transcurrido un cuarto de siglo después de la shoah  un ex oficial del ejército Nazi, el austríaco (igual que Hitler) Kurt Waldheim fue elegido nada menos que Secretario General de las Naciones Unidas entre 1972 y 1981 y, posteriormente, Presidente Federal de Austria entre 1986 y 1992.
La intensa y sostenida campaña de los armenios ha mantenido viva la llama del recuerdo, y hoy, a noventa y seis años de la tragedia, el genocidio ha sido reconocido por una veintena de países.  El gobierno de Turquía admite que hubo una masacre pero rechaza la caracterización de genocidio. Estados Unidos e Israel acompañan esta postura: el primero porque Ankara  es un crucial aliado de Washington en el Mediterráneo Oriental y base de operaciones para sus guerras de conquista en la región; Israel, porque el reconocimiento del genocidio armenio comportaría una idéntica actitud de parte de Turquía en relación al genocidio del pueblo palestino.
 No obstante, países como Bélgica, Canadá, Chipre, Francia, Grecia, Italia, Líbano, Holanda, Polonia, Rusia, Suecia y Suiza han reconocido y condenado el genocidio armenio. En esta parte del mundo Argentina, Chile, Uruguay y Venezuela han hecho lo propio.
Sin ser estados nacionales, Escocia, Irlanda del Norte y Gales en el Reino Unido, el País Vasco y Cataluña en España, Ontario y Quebec en Canadá, y Ceará y Sao Paulo en Brasil acompañan esta tesitura.

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